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Mostrando entradas de 2007
A veces me gustaría escribir como Pau , joder qué fluidez, yo que me atranco con los reniegos pseudorománticos que no llevan a ninguna parte. Tengo que desarrollar más aptitudes literarias. Pero no sé de qué escribir. Estoy muy ilusionado con lo que estoy viendo aquí, tengo proyectos ideas y un montón de cosas que voy a disfrutar. Pero no me apetece hablar de eso. Sinceramente, creo que no podría. Siempre la misma referencia de amor y enamoramientos. Claro que hay, siempre acaba uno siguiendo alguna falda, aunque podría ser cualquier otra. Pero es esa porque te sonríe mucho o te roza de vez en cuando la mano. Y empieza la estúpida frustración de pensar que no le gustas. Que probablemente sea verdad, pero al fin y al cabo, todo va sobre convencer y conquistar. Con alguien discutía el otro día que si esperabas a que una chica viniera a decirte lo guapo que eres y lo muy enamorada que está de ti lo llevaba claro. No me canso de las faldas pero me canso de hablar de ellas. Me da miedo cans
Pues que ya ando por tierras Chilenas. Medio adaptado, empezando a redimensionar los ojos para que la escala de la ciudad no me resulte tan agresiva. Ya empiezan a resonar en mi cabeza los "wea", los "como estai?",... y lo voy repitiendo en mi cabeza, dentro del animo que siempre he tenido de imitar los acentos de alla a donde iba. Son las gentes que me parecen extranyas aun, son los olores de cacahuetes garrapinyados, o los coches antiguos con ese ruido. Quiza las alarmas que saltan en cualquier momento, porque hay gente que se dedica a lavar los coches mientras estan aparcados; quiza un hostal lleno de gringos que me hace sentirme mas desubicado aun. Sera lo que sea. Pero empiezo a sentirme dentro.
No será miedo, pero será ansiedad. El sentir el aliento frío en la cara de lo desconocido. El colapso del concepto de tiempo, en el que los minutos saltan aleatoriamente entre mis dedos que escriben, los recuerdos que asedian, y las esperanzas que escapan. Se me hace pequeño el tiempo, y recuerdo a Sibila, y sus años, tantos como granos de arena que se le concedieron, y de los que olvidó pedir que fueran de juventud. Mis granos de arena, que temo que un día dejen de ser de juventud, y que me atrapen en la telaraña de lo predecible y entrópico. En contraposición, a la angustia de lo inminentemente desconocido. Empezar a añorar, y sentir la falta. Gracias. Los días no se descartan ni se suman, son abejas que ardieron de dulzura o enfurecieron. Neruda
Sentado en la silla de una cafetería cualquiera, veía pasar a la gente por la calle. Deseaba que lloviese o que hiciese mucho aire, o que sucediera algo que hiciera de aquel momento algo de lo que acordarse después, algo que tintara el día de un tono ocre acorde al otoño. Nada ocurrió, como de habitual. Se me apareció ella atravesada en el cristal, entre la gente que pasaba y mis ojos que miraban. Era pura autosugestión por no tener nada en lo que pensar. Tiré de agenda y le envié un mensaje a ella y tres más. Hay que aprovechar las ocurrencias, y siempre hay más probabilidades si hay más intentos. Es de lo poco que me quedó en aquel último año de instituto que nunca llegó a acabar y que se repitió un par de veces antes que desestimara el aprobarlo. Aquel profesor enano y enjuto, que no paraba de repetir, que si tirábamos cuatro veces una moneda teníamos más probabilidades de sacar una cruz, que si la tirábamos una vez, pero las mismas si esperábamos sacar cuatro cruces. Así que desde
Insomnio devengado de los días que llegarán, que serán inmediatos a mi partida. Que serán los portales de mi viaje al otro lado del océano. Del viaje que no es viaje, si no emigración, porque lo dicen las autoridades, porque lo dice el visado, porque pone Residente Temporal en Chile. Porque me muero de miedo. Porque no sé qué voy a encontrar, pero como siempre tengo la dulce sensación narcótica de que allá encontraré a mi ideal de mujer etérea e ilustrada; como si no hubiese aprendido aun que es mentira. Miedo, también, porque no sé qué voy a hacer con mis días, si podré ayudar, si daré la talla, si no me vendré abajo. Se anda cancerando el alma de vacío, ya sin sentimientos, ni ganas de escribir, ni ganas de nada. Sólo un miedo, que ni siquiera es miedo, que es tensión y desconocimiento. Pero nada más. ¿Irá con los años?
Sería el crujido de los neumáticos, o quizá la noche, más que la noche la imposibilidad de que fuera cualquier otro momento del día excepto la noche. El abrupto deslizarse del automóvil por aquel camino sin asfaltar, atravesando el polvo en suspensión y moviéndonos a espaldas de las casas que tenían ventanas apagadas de gente durmiendo. Esa gente que se dormía a las once para trabajar al día siguiente, esa gente que encontraba su realización en la jornada de ocho horas y una familia que apagaba su vida al encender la tele. Nos sentíamos guardianes de sus sueños, Morpheos, viviendo lo que ellos sólo anhelaban inconscientemente porque habían dejado de anhelar al tiempo que aprendieron a callar. Colándonos por las rendijas de sus contraventanas para desnudar su lívido, para crispar su aceptación muda de la realidad. Nosotros que mirábamos esas ventanas mientras nos comíamos a besos y nos desnudábamos del todo, anhelando el siguiente beso y el siguiente gemido. Nosotros que eramos los rey
Empezar a echar de menos aunque aun estén los ojos que te dicen que te queda un poco más de tiempo para disfrutarlos. Es el comienzo del cáncer que va a arrancar un trozo de alma y condenarlo al olvido, aunque las palabras digan lo contrario, aunque los adioses se escondan entre los hasta-luegos. Y, casi, lo que más me turba es saber que un mes habrán pasado sus gestos a ser parte de los recuerdos, y no los echaré de menos, sólo será una nostalgia vacua. Sus nos-vemos, como ramos, en las manos que giran y se cierran, dejando de lado el pensamiento frío que vendrá más tarde y borrará su cara en relieve e imprimirá la cicatriz.
Sí, tú, esto es para ti. ¿Qué haces aquí? Mirando una pantalla. Sal, despierta, corre. Te estás durmiendo entre el fútbol, la fiesta y tu carrera. Piensa, ¿en qué?. Da igual pero piensa. Reta todo lo que ves, todo lo que se te dice, rétalo. Deja de masturbarte comprando todo lo que necesitas y leyendo todo lo que tienes queleer. Salta, estámpate contra el suelo. Somos los hijos sin raices, que no tenemos nada por lo que luchar porque todo lo que se nos ha dado es maravilloso y perfecto, y porque nada ocurre más allá de los dos metros de nuestro espacio vital. Trabajas en algo que no quieres hacer, pero no tienes el suficiente interés como para dejar de hacerlo, porque al fin y al cabo nada tiene mayor o menor interés que las otras cosas. Pasas las semanas deseando que llegue el fin de semana para salir de fiesta, para ir a comprar tu libertad y tu satisfacción con copas, ropa o entretenimiento. Intenta hacer algo que no tenga impacto económico. ¿Cúantas vueltas llevas ya en tu rueda de
Para mi mente levantina resultaba ridículo, casi insultante, un sitio que se llamara "playa" (Genève Plage) y que fuera un complejo con un par de piscinas y una orilla que daba al lago. Por si fuera poco, esta "playa" era un enorme terreno cubierto de césped (nada de grama) verde. Era otro tipo de veraneo, tan diferente al que estaba acostumbrado que perdía su propio nombre estacional a mi entender. Estaba lleno de carteles, tan suizamente colocados, para indicar cualquier cosa. Se me antojaba especialmente cómico el cartel que indicaba los vestuarios, que decía "vestiaires", me sonaba a bestiario, catálogo de bestias oriundas. Pero es bien sabido que el país helvético las únicas bestias no humanas que se pasean por los lares son vacas. Ese gran icono del país de Heidi. Me dejé caer en el césped (allá donde fueres haz lo que vieres) y me compré El País. Al leerlo pensaba que en ese mismo momento habría gente leyendo ese mismo artículo que no cae en la cuen
Desde el albergue se podía ver toda la ciudad. Aunque me había tocado hacer noche en un albergue, ya que todos los hoteles de la ciudad estaban llenos, la vista era increíble. Veía el edificio de la ópera, la catedral, un rascacielos que rompía la línea de casas de poca altura. Lyon era una ciudad preciosa. Casi mediterránea, la ciudad mezclaba los callejones que dan sombra en los días de sol como aquel y las avenidas afrancesadas con edificios del siglo XVIII, ilustrados en sus fachadas. Me había sorprendido muy gratamente. No esperaba nada en concreto y me encontré con una ciudad que me liberó de la sensación de asepsia y agonía blanca de Ginebra. El cruzarme por la calle con tanta gente, tan diversa en su origen y en su modo de ver la vida, rompe con el punto de vista único que parece imperar en la ciudad en la que el sistema capitalista encuentra su paradigma. El viaje a Lyon había sido una pequeña aventura que me permití por el par de días que tenía entre el último día del apartam
Se estaba hundiendo y resbalando, a la vez, en el sillón de cuero viejo que había en frente de la mesa. Una de esas mesas modernas hechas de conglomerado, color gris oscuro y superficie ligéramente rugosa. Sobre ella un ordenador portátil conectado a una pantalla grande y en ella el programa de correo, 23 mensajes no leídos y una alerta de calendario que parpadeaba. Detrás de la mesa un sillón de cuero, igual al que había enfrente, y más allá un ventanal, que derramaba luz sobre la estancia. Era una ventana que no daba a ninguna parte, es decir, daba a alguna parte como todas las ventanas, pero no era nada especial, nadie podía recordar que es lo que había detrás, probablemente edificios o quizá no había nada. Se intentaba mover lo menos posible, odiaba el ruido que hacían los asientos de cuero al moverse, esa fricción de estruendo débil. Era incómodo, parecía que había que justificarse con la mirada a cada movimiento, mostrando que sólo era el cuero del sillón. Retiró las manos de los
Qué sensación más rara la de sentirte ajeno en tu casa. Bueno, la que es tu casa desde hace unas horas. Aun está fría, pero no hace tanto que vivía alguien aquí, quizá un par de horas más de las que llevo viviendo aquí. ¿ A partir de cuándo puedo decir que vivo aquí? No creo que sea la primera vez que cruzo la puerta para quedarme el momento del inicio de mi nueva vida. Más bien será en el momento en el que re-conozca los objetos que me rodean, dándoles una familiaridad que sólo tu casa te puede dar. Por si fuera poco, las almohadas aun huelen a ella, huelen a su colonia, a su pelo, a cuando se giraba delante mío y salía de ella esa brizna de aire que acompañaba a su movimiento durante un segundo y que se quedaba impregnada de su olor. Y ahí quedaba, en las almohadas de mi cama, de su cama, de nuestra cama, pero que nunca fue de los dos a la vez.
Me desperté, aun era de noche. Tarde en reaccionar y asociar el tener que abrir los ojos al poder saber en qué hora estaba viviendo. Abrí un ojo y vi que las luces rojas tan rectilíneas como siempre marcaban las 5:23. Mi brazo topó con otro brazo, un brazo inánime y dormido. Acabé de salir del sueño y recordé a la chica que había conocido la noche anterior, que pese a que no era especialmente guapa, tenía unas curvas que no se pueden rechazar tras meses y meses de solterío y sequía. No es que no se pudieran rechazar, tanto como que no puede evitar el intentar meterla debajo de mis sábanas. Esas sábanas medio enmohecidas que no cambiaba desde hacía meses, ya que el otro juego de sábanas se rasgó. Jugando con las sábanas me di cuenta de que no eran mis sábanas, de hecho mi tampoco mi reloj, mi reloj tenía luces verdes. Estaba en su casa. Seguía sin despertarme del todo. No había bebido mucho, no era que no recordara nada, sólo que aun se me entremezclaban los sueños y las costumbres. Gi
A petición popular ( gracias Esther ) Contradecía el tiempo a la estación y el termómetro acariciaba los 10 grados cuando los libros decían que aquí y ahora tendría que hacer menos 4 grados. Me anclé a un banco de aquel parque, que tenía poco de parque y bastante de planicie sin edificar, desde que me había levantado notaba en mis manos un delicado aroma a canela y vainilla. Me había levantado casi a las doce del mediodía, un pinchazo en la espalda me provocó el flash de una caída, no sabía no cómo, ni cuándo, ni dónde. No me apetecía recordar, no solía hacerlo, lo pasado, pasado estaba. Hundí la cabeza entre mis manos, disfrutando de ese olor que se iba apagando poco a poco. Era un Martes pero se sentía como un Domingo. Realmente, desde que dejé aquel puesto como contable de clase b, todos los días me sabían a Domingo. Parecía que al día siguiente tuviese algo que hacer. Pero no había nada que hacer, sólo el vacío de pasar los días vagabundeando. No necesitaba el trabajo, mis padres m