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Mostrando entradas de mayo, 2007
Desde el albergue se podía ver toda la ciudad. Aunque me había tocado hacer noche en un albergue, ya que todos los hoteles de la ciudad estaban llenos, la vista era increíble. Veía el edificio de la ópera, la catedral, un rascacielos que rompía la línea de casas de poca altura. Lyon era una ciudad preciosa. Casi mediterránea, la ciudad mezclaba los callejones que dan sombra en los días de sol como aquel y las avenidas afrancesadas con edificios del siglo XVIII, ilustrados en sus fachadas. Me había sorprendido muy gratamente. No esperaba nada en concreto y me encontré con una ciudad que me liberó de la sensación de asepsia y agonía blanca de Ginebra. El cruzarme por la calle con tanta gente, tan diversa en su origen y en su modo de ver la vida, rompe con el punto de vista único que parece imperar en la ciudad en la que el sistema capitalista encuentra su paradigma. El viaje a Lyon había sido una pequeña aventura que me permití por el par de días que tenía entre el último día del apartam
Se estaba hundiendo y resbalando, a la vez, en el sillón de cuero viejo que había en frente de la mesa. Una de esas mesas modernas hechas de conglomerado, color gris oscuro y superficie ligéramente rugosa. Sobre ella un ordenador portátil conectado a una pantalla grande y en ella el programa de correo, 23 mensajes no leídos y una alerta de calendario que parpadeaba. Detrás de la mesa un sillón de cuero, igual al que había enfrente, y más allá un ventanal, que derramaba luz sobre la estancia. Era una ventana que no daba a ninguna parte, es decir, daba a alguna parte como todas las ventanas, pero no era nada especial, nadie podía recordar que es lo que había detrás, probablemente edificios o quizá no había nada. Se intentaba mover lo menos posible, odiaba el ruido que hacían los asientos de cuero al moverse, esa fricción de estruendo débil. Era incómodo, parecía que había que justificarse con la mirada a cada movimiento, mostrando que sólo era el cuero del sillón. Retiró las manos de los