Se estaba hundiendo y resbalando, a la vez, en el sillón de cuero viejo que había en frente de la mesa. Una de esas mesas modernas hechas de conglomerado, color gris oscuro y superficie ligéramente rugosa. Sobre ella un ordenador portátil conectado a una pantalla grande y en ella el programa de correo, 23 mensajes no leídos y una alerta de calendario que parpadeaba.
Detrás de la mesa un sillón de cuero, igual al que había enfrente, y más allá un ventanal, que derramaba luz sobre la estancia. Era una ventana que no daba a ninguna parte, es decir, daba a alguna parte como todas las ventanas, pero no era nada especial, nadie podía recordar que es lo que había detrás, probablemente edificios o quizá no había nada.
Se intentaba mover lo menos posible, odiaba el ruido que hacían los asientos de cuero al moverse, esa fricción de estruendo débil. Era incómodo, parecía que había que justificarse con la mirada a cada movimiento, mostrando que sólo era el cuero del sillón.
Retiró las manos de los posabrazos, le empezaban a sudar, y se limpió el sudor en los pantalones del tweed que llevaba. Era un tweed antiguo, heredado, parecía que se iba a deshilachar en cualquier momento. Era el único traje que tenía, y, aunque desgastado, cumplía su función. Ese caracter menesteroso venía amplificado por su pelo revuelto y grasiento, que en esacasas ocasiones caía lacio sobre su cabeza.
El dueño del despacho abrió la puerta, con dos cafés en una mano. Le ofreció uno. Aquí tiene - le dijo - dígame, ¿en qué puedo ayudarle?.
Quiero dejar de trabajar, irme a vivir a las Maldivas con una modelo - comentaba con un tono cansino y herrumbroso, mientras al dueño del despacho se le dibujaba una sonrisa - y dedicar mi vida a vagabundear entre tiendas y restaurantes de lujo.
El dueño del despacho le contesto : Yo también me apunto a ese plan.
Enfrascado en el tweed y su inmundicia (la del tweed), el que se sentaba en frente, sin cambiar el hieratismo de su gesto dijo: Sí, pero yo tengo una bomba que detonaré si no me da cien millones de euros, ... mejor 200 por los imprevistos.
El dueño del despacho perdió la sonrisa y el gesto se volvió turbado. Mascullando un ¨claro¨ abrió el primer cajón que había debajo de su mesa. Con un gesto casi reflejo sacó una pistola que gimió en una decima de segundo, enviando una bala que cruzó la distancia entre las dos personas en una décima de segundo, partiendo el alma del caballero del tweed en dos cuando le cascó el craneo a la altura de las cejas. La bala aun tuvo fuerza para partir el cristal de la mesa que había un poco más atrás del sillón.
Detrás de la mesa un sillón de cuero, igual al que había enfrente, y más allá un ventanal, que derramaba luz sobre la estancia. Era una ventana que no daba a ninguna parte, es decir, daba a alguna parte como todas las ventanas, pero no era nada especial, nadie podía recordar que es lo que había detrás, probablemente edificios o quizá no había nada.
Se intentaba mover lo menos posible, odiaba el ruido que hacían los asientos de cuero al moverse, esa fricción de estruendo débil. Era incómodo, parecía que había que justificarse con la mirada a cada movimiento, mostrando que sólo era el cuero del sillón.
Retiró las manos de los posabrazos, le empezaban a sudar, y se limpió el sudor en los pantalones del tweed que llevaba. Era un tweed antiguo, heredado, parecía que se iba a deshilachar en cualquier momento. Era el único traje que tenía, y, aunque desgastado, cumplía su función. Ese caracter menesteroso venía amplificado por su pelo revuelto y grasiento, que en esacasas ocasiones caía lacio sobre su cabeza.
El dueño del despacho abrió la puerta, con dos cafés en una mano. Le ofreció uno. Aquí tiene - le dijo - dígame, ¿en qué puedo ayudarle?.
Quiero dejar de trabajar, irme a vivir a las Maldivas con una modelo - comentaba con un tono cansino y herrumbroso, mientras al dueño del despacho se le dibujaba una sonrisa - y dedicar mi vida a vagabundear entre tiendas y restaurantes de lujo.
El dueño del despacho le contesto : Yo también me apunto a ese plan.
Enfrascado en el tweed y su inmundicia (la del tweed), el que se sentaba en frente, sin cambiar el hieratismo de su gesto dijo: Sí, pero yo tengo una bomba que detonaré si no me da cien millones de euros, ... mejor 200 por los imprevistos.
El dueño del despacho perdió la sonrisa y el gesto se volvió turbado. Mascullando un ¨claro¨ abrió el primer cajón que había debajo de su mesa. Con un gesto casi reflejo sacó una pistola que gimió en una decima de segundo, enviando una bala que cruzó la distancia entre las dos personas en una décima de segundo, partiendo el alma del caballero del tweed en dos cuando le cascó el craneo a la altura de las cejas. La bala aun tuvo fuerza para partir el cristal de la mesa que había un poco más atrás del sillón.
Comentarios
Ultimamente me estoy haciendo viejo demasiado pronto... supongo que llevamos demasiado tiempo sin hablar, supongo que hay mucho que decir (bidirecionalmente), y supongo que no estaría mal mandarte un mail contándote mi vida, pero la verdad es que no deseo eso. Deseo un café y una tarde por delante.
No se cómo ni cuándo, a decir verdad hasta el dónde me falla, pero se que ocurrirá, y que antes de que el café haya llegado a su ecuador volveremos a ser lo que sabemos que somos.
Cuidate, cuidate mucho, espero verte tan pronto como me lo permita la vida.
PD: "Lo que nosotros queramos", teníamos razón, viejo.
PD: Nunca lo he dudado.