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Ya huele a viento de tormenta. Fresca y eléctrica. La bóveda gris relfeja mi alma, las nubes rasgadas se descuelgan en forma de llovizna. La ciudad acompaña al tiempo, irradiando una belleza lúgubre y atemporal. Busco caras conocidas en las pocas personas que cruzan esa calle, cuyo nombre siquiera sé pronunciar; a lo mejor no tanto conocidas, como reconocibles. Y la lluvia sigue cayendo, cruza mis pies, y va saltando y rebotando por los adoquines. Y el zapateo lejano de las pocas personas que se cruzan en mi camino dota al atardecer oculto de una musicalidad imperceptible para el que no quiera oirla.
Sigo buscando en las caras esos ojos, que ya me han dejado una noche sin dormir. Y me sobresalto al ver un rostro parecido; y me entristezco al recordar que probablemente no te encuentre. Pero sería tan bonito... pasear los dos entre las calles regadas por la lluvia de un otoño adelantado para mi mediterránea concepción del tiempo. Las casas no reflejarían si no que tus ojos grises como el cielo, y el suelo temblaría a tu paso, como mis piernas. Y la lluvia no nos mojaría, porque yo te cubriría con mi parka y yo... ! yo, da igual ¡ Tu carita pálida, tus labios finos, tus ojos ... ah! tus ojos, y tu pelo castaño rozijo.... de cobre!
Pero tu no paseas conmigo... pero sé que pasearás algún día...

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