Siempre había pesado sobre mí la injusticia de tener que abrir los ojos antes de que el sol se despertara, y sólo conseguía pensar en que en otros tiempos, sin luz eléctrica, no hubiese sido posible tal madrugón (aunque indefectiblemente pensaba que sin calefacción tampoco sería una buena idea el salir de la cama por mucho sol que hubiese). El siguiente pensamiento que se afianzaba como mi filosofía y crítica a la vida era el por qué yo no era miembro de una familia real, que obviamente, se levantarán a la hora que les plazca. Arrastrando los ojos por el suelo, una de esas mañanas, fui sobrellevando las horas, y decidí comer en un deli cercano a la oficina que tenían unos arroces chinos bastante sabrosos y, por supuesto, muy poco saludables. Estaba deglutiendo aquella delicia oriental cuando una chica de aspecto más bien desaliñado se sentó a mi lado. No me dijo hola, ni qué tal, ni que aproveche. Pidió lo que quería y a continuación me miró de arriba abajo y mirando al frente me pregu
Cuaderno de filosofía de un manatí.