Ir al contenido principal
Cuentos de la naranja roja

Llevaba toda la mañana sentado en esa jodida cafetería. Olía a refrito y a rancio, ambos olores a la vez, integrados, adheridos, penetrando en su nariz y haciendole sentir las nauseas de forma intermitente.
Era una cafetería de mierda para gente de mierda. Él se pasaba allí las mañanas, no trabajaba ni producía nada. Cuando era joven heredó una pequeña fortuna y planeó un gasto mensual para no tener que volver a trabajar en de su vida. No se podía permitir muchos lujos, pero se pasaba el día entre bares y prostíbulos baratos. De hecho era allí donde se encontraba a la gente más interesante. Alguna vez había acudido a sitios con más alcurnia pero se aburría como en aquellas misas del pueblo en las que el cura sólo decía gilipolleces al granel.

Y esa mañana era exáctamente como cualquier otra que recordara, que eran las menos. Tenía en la mano un periodico que ni se había molestado en abrir, ignoraba hasta la fecha de impresión. No le importaba lo que dijera. Más bien no le importaba nada que no afectara a su propia integridad física. Como disponía de ingentes cantidades de tiempo había tomado el irregular placer de la lectura, y se llevaba a la cafetería sus libros de filosofía. Voltaire, D'Alembert, Habermars, Engel,... No es que le interesara especialmente pero no tenía nada mejor que hacer, y además le daba cierta ventaja a la hora de callar la boca a algunos listos que le iban de intelectuales.

Otra mañana más, otra mañana menos. Le tocó el culo a la camarera y esta le respondió con un soberano revés. Contento de haber hecho todo lo que tenía planeado se fue a casa a dormir un rato. Además le quedaba cerveza en la nevera.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Sería el crujido de los neumáticos, o quizá la noche, más que la noche la imposibilidad de que fuera cualquier otro momento del día excepto la noche. El abrupto deslizarse del automóvil por aquel camino sin asfaltar, atravesando el polvo en suspensión y moviéndonos a espaldas de las casas que tenían ventanas apagadas de gente durmiendo. Esa gente que se dormía a las once para trabajar al día siguiente, esa gente que encontraba su realización en la jornada de ocho horas y una familia que apagaba su vida al encender la tele. Nos sentíamos guardianes de sus sueños, Morpheos, viviendo lo que ellos sólo anhelaban inconscientemente porque habían dejado de anhelar al tiempo que aprendieron a callar. Colándonos por las rendijas de sus contraventanas para desnudar su lívido, para crispar su aceptación muda de la realidad. Nosotros que mirábamos esas ventanas mientras nos comíamos a besos y nos desnudábamos del todo, anhelando el siguiente beso y el siguiente gemido. Nosotros que eramos los rey...
Aquel lugar olía como un camión abandonado, o al menos eso era lo primero que se le venía a la cabeza al pensar en ese olor a húmedad, a cerrado, humo de tabaco, a sudor y a alguna otra cosa imposible de descubrir. Aunque le repgunaba el lugar no podía dejar de sentir esa suave atracción por ella cada vez que se agachaba y dejaba entrever lo que ocultaba su blusa. Lo había hecho ya varias veces, y cada vez, le daba más la sensación que lo hacía a propósito. Y no porque él le gustara, si no porque ella quería gustar. Era algo parecido a un tanteo de fuerzas, un " a ver hasta donde llego". La música seguía sonando, estallando contra las paredes que temblaban a cada beat . Era un sitio pequeño, oscuro y ruidoso. Pero aun así lograba concentrarse sólo en el pecho que ella movía desde sus hombros, y no en su cara que se perdía en una lluvia de luces multicolor que deslumbraban intermitentemente, y no permitían ver nada con claridad. Él se acerco. - Te invito a tomar un café - No -...
Doblar una esquina Sabios de todas las civilizaciones han debatido infructuosamente sobre el curioso fenómeno de doblar esquinas. Dos planos perpendiculares que forman una estructura tan rígida que ningún ser humano es capaz de alterar con sus propias manos, pero que hasta el más torpe es capaz de doblar. Pese a que lo habitual es doblarla andando, también se puede hacer corriendo, saltando, en bicicleta e, incluso, haciendo la croqueta.  Por lo que tengo entendido fue Periacóntodo, filosofo griego y panadero en su tiempo libre, el primero en identificar este fenómeno. Pese a ser ninguneado por sus coetáneos - a Zenón de Elea le pareció una idea absurda incluirlo en su libro de aporías - sus ideas han transcendido hasta la actualidad.  Fue desafortunado que Periacóntodo vivirá en la única aldea de Grecia menor en la que no se diferenciaban los conceptos de interior y exterior. Dicha particularidad supuso que fueran esquinas tanto el cruce exterior de los muros co...