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No será miedo, pero será ansiedad. El sentir el aliento frío en la cara de lo desconocido. El colapso del concepto de tiempo, en el que los minutos saltan aleatoriamente entre mis dedos que escriben, los recuerdos que asedian, y las esperanzas que escapan. Se me hace pequeño el tiempo, y recuerdo a Sibila, y sus años, tantos como granos de arena que se le concedieron, y de los que olvidó pedir que fueran de juventud. Mis granos de arena, que temo que un día dejen de ser de juventud, y que me atrapen en la telaraña de lo predecible y entrópico. En contraposición, a la angustia de lo inminentemente desconocido. Empezar a añorar, y sentir la falta. Gracias. Los días no se descartan ni se suman, son abejas que ardieron de dulzura o enfurecieron. Neruda
Sentado en la silla de una cafetería cualquiera, veía pasar a la gente por la calle. Deseaba que lloviese o que hiciese mucho aire, o que sucediera algo que hiciera de aquel momento algo de lo que acordarse después, algo que tintara el día de un tono ocre acorde al otoño. Nada ocurrió, como de habitual. Se me apareció ella atravesada en el cristal, entre la gente que pasaba y mis ojos que miraban. Era pura autosugestión por no tener nada en lo que pensar. Tiré de agenda y le envié un mensaje a ella y tres más. Hay que aprovechar las ocurrencias, y siempre hay más probabilidades si hay más intentos. Es de lo poco que me quedó en aquel último año de instituto que nunca llegó a acabar y que se repitió un par de veces antes que desestimara el aprobarlo. Aquel profesor enano y enjuto, que no paraba de repetir, que si tirábamos cuatro veces una moneda teníamos más probabilidades de sacar una cruz, que si la tirábamos una vez, pero las mismas si esperábamos sacar cuatro cruces. Así que desde ...
Insomnio devengado de los días que llegarán, que serán inmediatos a mi partida. Que serán los portales de mi viaje al otro lado del océano. Del viaje que no es viaje, si no emigración, porque lo dicen las autoridades, porque lo dice el visado, porque pone Residente Temporal en Chile. Porque me muero de miedo. Porque no sé qué voy a encontrar, pero como siempre tengo la dulce sensación narcótica de que allá encontraré a mi ideal de mujer etérea e ilustrada; como si no hubiese aprendido aun que es mentira. Miedo, también, porque no sé qué voy a hacer con mis días, si podré ayudar, si daré la talla, si no me vendré abajo. Se anda cancerando el alma de vacío, ya sin sentimientos, ni ganas de escribir, ni ganas de nada. Sólo un miedo, que ni siquiera es miedo, que es tensión y desconocimiento. Pero nada más. ¿Irá con los años?
Sería el crujido de los neumáticos, o quizá la noche, más que la noche la imposibilidad de que fuera cualquier otro momento del día excepto la noche. El abrupto deslizarse del automóvil por aquel camino sin asfaltar, atravesando el polvo en suspensión y moviéndonos a espaldas de las casas que tenían ventanas apagadas de gente durmiendo. Esa gente que se dormía a las once para trabajar al día siguiente, esa gente que encontraba su realización en la jornada de ocho horas y una familia que apagaba su vida al encender la tele. Nos sentíamos guardianes de sus sueños, Morpheos, viviendo lo que ellos sólo anhelaban inconscientemente porque habían dejado de anhelar al tiempo que aprendieron a callar. Colándonos por las rendijas de sus contraventanas para desnudar su lívido, para crispar su aceptación muda de la realidad. Nosotros que mirábamos esas ventanas mientras nos comíamos a besos y nos desnudábamos del todo, anhelando el siguiente beso y el siguiente gemido. Nosotros que eramos los rey...
Empezar a echar de menos aunque aun estén los ojos que te dicen que te queda un poco más de tiempo para disfrutarlos. Es el comienzo del cáncer que va a arrancar un trozo de alma y condenarlo al olvido, aunque las palabras digan lo contrario, aunque los adioses se escondan entre los hasta-luegos. Y, casi, lo que más me turba es saber que un mes habrán pasado sus gestos a ser parte de los recuerdos, y no los echaré de menos, sólo será una nostalgia vacua. Sus nos-vemos, como ramos, en las manos que giran y se cierran, dejando de lado el pensamiento frío que vendrá más tarde y borrará su cara en relieve e imprimirá la cicatriz.
Sí, tú, esto es para ti. ¿Qué haces aquí? Mirando una pantalla. Sal, despierta, corre. Te estás durmiendo entre el fútbol, la fiesta y tu carrera. Piensa, ¿en qué?. Da igual pero piensa. Reta todo lo que ves, todo lo que se te dice, rétalo. Deja de masturbarte comprando todo lo que necesitas y leyendo todo lo que tienes queleer. Salta, estámpate contra el suelo. Somos los hijos sin raices, que no tenemos nada por lo que luchar porque todo lo que se nos ha dado es maravilloso y perfecto, y porque nada ocurre más allá de los dos metros de nuestro espacio vital. Trabajas en algo que no quieres hacer, pero no tienes el suficiente interés como para dejar de hacerlo, porque al fin y al cabo nada tiene mayor o menor interés que las otras cosas. Pasas las semanas deseando que llegue el fin de semana para salir de fiesta, para ir a comprar tu libertad y tu satisfacción con copas, ropa o entretenimiento. Intenta hacer algo que no tenga impacto económico. ¿Cúantas vueltas llevas ya en tu rueda de...
Para mi mente levantina resultaba ridículo, casi insultante, un sitio que se llamara "playa" (Genève Plage) y que fuera un complejo con un par de piscinas y una orilla que daba al lago. Por si fuera poco, esta "playa" era un enorme terreno cubierto de césped (nada de grama) verde. Era otro tipo de veraneo, tan diferente al que estaba acostumbrado que perdía su propio nombre estacional a mi entender. Estaba lleno de carteles, tan suizamente colocados, para indicar cualquier cosa. Se me antojaba especialmente cómico el cartel que indicaba los vestuarios, que decía "vestiaires", me sonaba a bestiario, catálogo de bestias oriundas. Pero es bien sabido que el país helvético las únicas bestias no humanas que se pasean por los lares son vacas. Ese gran icono del país de Heidi. Me dejé caer en el césped (allá donde fueres haz lo que vieres) y me compré El País. Al leerlo pensaba que en ese mismo momento habría gente leyendo ese mismo artículo que no cae en la cuen...
Desde el albergue se podía ver toda la ciudad. Aunque me había tocado hacer noche en un albergue, ya que todos los hoteles de la ciudad estaban llenos, la vista era increíble. Veía el edificio de la ópera, la catedral, un rascacielos que rompía la línea de casas de poca altura. Lyon era una ciudad preciosa. Casi mediterránea, la ciudad mezclaba los callejones que dan sombra en los días de sol como aquel y las avenidas afrancesadas con edificios del siglo XVIII, ilustrados en sus fachadas. Me había sorprendido muy gratamente. No esperaba nada en concreto y me encontré con una ciudad que me liberó de la sensación de asepsia y agonía blanca de Ginebra. El cruzarme por la calle con tanta gente, tan diversa en su origen y en su modo de ver la vida, rompe con el punto de vista único que parece imperar en la ciudad en la que el sistema capitalista encuentra su paradigma. El viaje a Lyon había sido una pequeña aventura que me permití por el par de días que tenía entre el último día del apartam...
Se estaba hundiendo y resbalando, a la vez, en el sillón de cuero viejo que había en frente de la mesa. Una de esas mesas modernas hechas de conglomerado, color gris oscuro y superficie ligéramente rugosa. Sobre ella un ordenador portátil conectado a una pantalla grande y en ella el programa de correo, 23 mensajes no leídos y una alerta de calendario que parpadeaba. Detrás de la mesa un sillón de cuero, igual al que había enfrente, y más allá un ventanal, que derramaba luz sobre la estancia. Era una ventana que no daba a ninguna parte, es decir, daba a alguna parte como todas las ventanas, pero no era nada especial, nadie podía recordar que es lo que había detrás, probablemente edificios o quizá no había nada. Se intentaba mover lo menos posible, odiaba el ruido que hacían los asientos de cuero al moverse, esa fricción de estruendo débil. Era incómodo, parecía que había que justificarse con la mirada a cada movimiento, mostrando que sólo era el cuero del sillón. Retiró las manos de los...
Qué sensación más rara la de sentirte ajeno en tu casa. Bueno, la que es tu casa desde hace unas horas. Aun está fría, pero no hace tanto que vivía alguien aquí, quizá un par de horas más de las que llevo viviendo aquí. ¿ A partir de cuándo puedo decir que vivo aquí? No creo que sea la primera vez que cruzo la puerta para quedarme el momento del inicio de mi nueva vida. Más bien será en el momento en el que re-conozca los objetos que me rodean, dándoles una familiaridad que sólo tu casa te puede dar. Por si fuera poco, las almohadas aun huelen a ella, huelen a su colonia, a su pelo, a cuando se giraba delante mío y salía de ella esa brizna de aire que acompañaba a su movimiento durante un segundo y que se quedaba impregnada de su olor. Y ahí quedaba, en las almohadas de mi cama, de su cama, de nuestra cama, pero que nunca fue de los dos a la vez.
Me desperté, aun era de noche. Tarde en reaccionar y asociar el tener que abrir los ojos al poder saber en qué hora estaba viviendo. Abrí un ojo y vi que las luces rojas tan rectilíneas como siempre marcaban las 5:23. Mi brazo topó con otro brazo, un brazo inánime y dormido. Acabé de salir del sueño y recordé a la chica que había conocido la noche anterior, que pese a que no era especialmente guapa, tenía unas curvas que no se pueden rechazar tras meses y meses de solterío y sequía. No es que no se pudieran rechazar, tanto como que no puede evitar el intentar meterla debajo de mis sábanas. Esas sábanas medio enmohecidas que no cambiaba desde hacía meses, ya que el otro juego de sábanas se rasgó. Jugando con las sábanas me di cuenta de que no eran mis sábanas, de hecho mi tampoco mi reloj, mi reloj tenía luces verdes. Estaba en su casa. Seguía sin despertarme del todo. No había bebido mucho, no era que no recordara nada, sólo que aun se me entremezclaban los sueños y las costumbres. Gi...
A petición popular ( gracias Esther ) Contradecía el tiempo a la estación y el termómetro acariciaba los 10 grados cuando los libros decían que aquí y ahora tendría que hacer menos 4 grados. Me anclé a un banco de aquel parque, que tenía poco de parque y bastante de planicie sin edificar, desde que me había levantado notaba en mis manos un delicado aroma a canela y vainilla. Me había levantado casi a las doce del mediodía, un pinchazo en la espalda me provocó el flash de una caída, no sabía no cómo, ni cuándo, ni dónde. No me apetecía recordar, no solía hacerlo, lo pasado, pasado estaba. Hundí la cabeza entre mis manos, disfrutando de ese olor que se iba apagando poco a poco. Era un Martes pero se sentía como un Domingo. Realmente, desde que dejé aquel puesto como contable de clase b, todos los días me sabían a Domingo. Parecía que al día siguiente tuviese algo que hacer. Pero no había nada que hacer, sólo el vacío de pasar los días vagabundeando. No necesitaba el trabajo, mis padres m...
Llegaba a la residencia como cada tarde y en un inesperado toque de inspiración divina me he acordado de que tenía que coger una llave para la lavadora, y me he acercado a la recepción. Antes de abrir la boca me han dado una carta que tenían para mí. Ya sabía lo que era ( no lo sabía, lo suponía, no nos pongamos quisquillosos), carta del banco para lo del e-banking. Aunque me parecía raro. En España el e-banking es poner en la web tu numero de tarjeta y tu PIN y vas que te matas. Aquí que te enviaban una carta con otro código. Estos suizos... Además de hacerme aprender un PIN de mínimo séis dígitos me hacen aprenderme dos PINs de séis dígitos. Bueno. Abro el buzón y otra carta del banco con paquete. Vaya faranduleros. Como soy un poco crío pues lo primero que abro es el paquete. Una calculadora chusterísisma. Abro las cartas que acompañaban y después de leerme todo un par de veces para poder entender qué tenía que hacer para entrar en mi e-banking account, consigo entrar. Éste es el pr...
Un viaje que empezaba a las 6 de la mañana no podía ir bien. Mi vuelo salía a las 7 así que yo aparecí por el aeropuerto poco antes de las 6. Nada más cruzar las puertas vi una cola que cruzaba todo el aeropuerto de Valencia, desde el acceso a la zona de embarque hasta casi la primera mesa de facturación. Así que una distribución familiar adecuada maximizó el tiempo; yo en la cola del mostrador de Air France para que me dieran el billete; mi madre en la de la mesa de facturación y mi padre en la de seguridad. Coordinación y todo salió relativamente pronto. Uno se despide y entra en la zona de duty free (te cobramos más por despistado y además no pagamos impuestos), mi primer viaje business class, pero había poco tiempo para dejarse caer por la sala VIP. Así que me pongo en la puerta que me toca, tardamos en subir unos diez minutos más de lo esperado. Bueno, tengo una hora desde que llegue a París hasta coger el avión hacia Ginebra. Todos juntitos ( los de business más anchos, claro) e...
Pequeño homenaje http://www.distorsiones.com Desde otras tierras emitiendo para toda la galaxia, y yo me voy allí, cerca. Euroresidentes. Con él y a pasar buenos ratos, ¿45 minutos en avión? Eso no es nada. Tío Fede, nos vemos pronto.
El aire no huele a perfume, es inoloro y transparente, dejando vacias, al relente, mis manos, que lo asumen. Quiebran siempre en verso las más ideas meridianas, sobre el vaho de la ventana, obviando el frío universo. Vuelve días sin horas
Iba bajando las escaleras de aquella pensión haciendo sonar cada peldaño con el chirrido de la madera. Mientras, apoyaba ligeramente la mano sobre la minúscula barandilla que tenía la escalera. Él, se deslizaba lentamente, como si le pesarán los pies; pero su cara esgrimía una sonrisa, más que una sonrisa parecía un reto. Los pies adivinaron el fin de la escalera y equilibraron el resto del cuerpo para seguir la trayectoria sobre una superficie plana. Su cabeza, por otra parte, se giró levemente hacia el mostrador de la recepción, y dejó entrever a la recepcionista unos dientes amarillentos entre unos labios ajados. La chica, sorprendida, le correspondió con una sonrisa y un casi ininteligible: ?Buenas noches, caballero?. Esto satisfizo en secreto al hombre, que siempre le había encantado que le llamaran caballero. Le daba confianza en sí mismo, y le hacía caminar con paso decidido. Salió por la puerta, cuando la cerraba se giró y con un guiño acompañó un ademán de quitarse el...
A Eryk Von Bicken. Insel. Gante. 1 de Octubre de 1834. Querido amigo Bicken: Acudo a ti pese al largo silencio en el que te sumiste hará cosa de un año. No pasa una semana, decir día sería excesivo, sin que me acuerde de tus cartas; que, aunque no fueran dirigidas a mí, leía asiduamente. Y ahora sabiendo que tú te marchas a la capital británica indefinidamente, no puedo contener la tentación de dirigirme a ti mediante esta carta. Las crónicas de tus días por aquellos parajes me resultaban, francamente, cautivadoras. Quizá por la lejanía de días a caballo a la que jamás he accedido, quizá por la cercanía a unos centros de pensamiento alejados de la excesiva pomposidad de París. Si te soy franco estoy pensando en mudarme a Viena. Parece una locura, pero mi hermano Friedrich me hospedaría allí hasta que encontrara un domicilio propio. Aunque aun no estoy muy seguro de poder encontrar un medio para perpetrar mi existencia acostumbrada a los relativos lujos que puede gozar un pr...
Siempre había pesado sobre mí la injusticia de tener que abrir los ojos antes de que el sol se despertara, y sólo conseguía pensar en que en otros tiempos, sin luz eléctrica, no hubiese sido posible tal madrugón (aunque indefectiblemente pensaba que sin calefacción tampoco sería una buena idea el salir de la cama por mucho sol que hubiese). El siguiente pensamiento que se afianzaba como mi filosofía y crítica a la vida era el por qué yo no era miembro de una familia real, que obviamente, se levantarán a la hora que les plazca. Arrastrando los ojos por el suelo, una de esas mañanas, fui sobrellevando las horas, y decidí comer en un deli cercano a la oficina que tenían unos arroces chinos bastante sabrosos y, por supuesto, muy poco saludables. Estaba deglutiendo aquella delicia oriental cuando una chica de aspecto más bien desaliñado se sentó a mi lado. No me dijo hola, ni qué tal, ni que aproveche. Pidió lo que quería y a continuación me miró de arriba abajo y mirando al frente me pregu...
Siempre he buscado en la mirada de la gente una historia. Soy de esos que piensan que la mejor mirada es la que esconde una historia interesante, un secreto quizá. Nada necesariamente extravagante o grandioso, simplemente una sencilla complicidad con uno mismo. Y fue que el destino me sorprendió en una parada de autobús, casi completamente descolocado y pensando en alguna cosa alejada de mi entorno. Vi ante mi pasar un autobús; y de soslayo, a unos metros, un hombre de tez muy morena y de rasgos claramente arábicos corría por coger el autobús que ya se escapaba. Llegaba a la parada frenando sus pasos y sin demasiada preocupación en su rostro. Miré más directamente al hombre, sin intención de establecer contacto visual, pero cuando giraba mi cabeza me miró y pronunció algo en danés. Algo que, obviamente no entendí, y que supuse que sería alguna forma educada de maldecir su suerte. Como hago siempre en estos casos, sonreí de la forma más anodina que pude. Pero el hombre me dijo algo más...