Se abren las aulas, entran los alumnos sudorosos e impacientes al recinto que acogerá sus miedos y sus indecisiones durante las siguientes dos horas. El clima es tenso, la asignatura difícil, el exámen se espera aun más. Nervios, preguntas de ultima hora, toca-pelotas desmontándote en un segundo todo lo que habías estudiado y por lo que te apostarías el ojo con menos dioptrías; para que luego tú tuvieras razón. Se aproxima la hora, se acrecentan los nervios. Haces cosas que tenías planeadas hacer antes de morir, y que en cualquier otra situación jamás habrías hecho. Como ir a hablar con el pivón que va contigo a clase, un hola que haces por aquí, es suficiente para que muerto de la vergüenza te vuelvas a tu sitio, mientras oyes de fondo: pues nada, a hacer un exámen. Ya bueno, a veces no podemos pensar tan rápido. El profesor entra. La gente se sienta pero siguen hablando, siempre un cuchicheo infinito. Hasta que el profesor levanta la voz, y en vez de un "callaos" se oye un ...
Cuaderno de filosofía de un manatí.