Iba bajando las escaleras de aquella pensión haciendo sonar cada peldaño con el chirrido de la madera. Mientras, apoyaba ligeramente la mano sobre la minúscula barandilla que tenía la escalera. Él, se deslizaba lentamente, como si le pesarán los pies; pero su cara esgrimía una sonrisa, más que una sonrisa parecía un reto. Los pies adivinaron el fin de la escalera y equilibraron el resto del cuerpo para seguir la trayectoria sobre una superficie plana. Su cabeza, por otra parte, se giró levemente hacia el mostrador de la recepción, y dejó entrever a la recepcionista unos dientes amarillentos entre unos labios ajados. La chica, sorprendida, le correspondió con una sonrisa y un casi ininteligible: ?Buenas noches, caballero?. Esto satisfizo en secreto al hombre, que siempre le había encantado que le llamaran caballero. Le daba confianza en sí mismo, y le hacía caminar con paso decidido. Salió por la puerta, cuando la cerraba se giró y con un guiño acompañó un ademán de quitarse el...