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Era uno de esos días grandiosos en los que apetece ver llover a través de la ventana. Olía intensamente a tierra mojada y a plantas agradeciendo el agua. Parecía, incluso, patológico ese amor a la soledad de un día gris o la evasión a través del goteo.
Era uno de esos días en los que apetecía escribir, así que se sentó delante del ordenador y comenzó lo que sería una historia. Personajes, paisajes, lugares... Se le antojaban muchos pero todos eran copias de otros libros o de películas. No tenía nada de malo pero no era original. Desistió y fue a dar un paseo bajo la lluvia envuelto en su gabán de tres cuartos con capucha.
No comprendía como esos nórdicos aborrecían sus días de lluvia que permitían tanto verde, y ansiaban, también patológicamente, las costas de los paises más meridionales. Fue chapoteando entre los charcos durante un rato haciendo recorridos imposibles entre las figuras geométricas que hacían de la acera una red infinita.
Andando había recorrido, casi sin darse cuenta, una distancia considerable. Por ahí vivía Tina, ex nada con la que tenía muchos derechos y pocas obligaciones. Así que se acerco a mendigar un par de abrazos de lluvia que tanto llaman a las sábanas de pliegues compartidos.

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