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Caminaba sin destino, como cuando buscas algo y no sabes exáctamente qué es. Deslizando la mano sobre la barandilla, sin llegar a tocarla más que en choques fortuitos.
El cielo era gris, como casi cualquier día en ese país. Pero se sentía cómodo en esa meteorología, le agobiaba el sol y su felicidad aparente. Los días grises tenían, paradójicamente, muchos más matices.


Llegados a este punto el tema es pegarle una patada al protagonista y tirarlo por la barandilla del Támesis, seguro que ya imaginabáis que era Londres. ¿ Por qué? No hay "porque"s la mayoría de las veces, así que en este caso tampoco. Quizá sea suficiente el decir que estoy en Sin títulos, y que en Días sin horas ya he escrito esta semana en exceso. Así que el protagonista se ahoga y se muere. ¡Ah! Se siente, soy como Benigni, primero hago que te encariñes con el personaje y luego lo mato. Es algo muy cruel, ese Benigni es un poco cabroncete; le deberíamos tirar al río o hacer que lea más a Bukowski. El "buenos días princesa" quedaría mucho más original en una cama tibia de vómito y regurgitaciones no planeadas, sudor y sangre. Olor a rancio, a cebolla putrefacta, a colillas apagadas sobre el algodón de calidad infame. Oliendo a muerte por todas partes, porque sólo es ella la que te rodea y te flirtea. Cólera, negación,...
Sábanas miasmáticas. Joder princesa, cómo huele a tí.

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Aquel lugar olía como un camión abandonado, o al menos eso era lo primero que se le venía a la cabeza al pensar en ese olor a húmedad, a cerrado, humo de tabaco, a sudor y a alguna otra cosa imposible de descubrir. Aunque le repgunaba el lugar no podía dejar de sentir esa suave atracción por ella cada vez que se agachaba y dejaba entrever lo que ocultaba su blusa. Lo había hecho ya varias veces, y cada vez, le daba más la sensación que lo hacía a propósito. Y no porque él le gustara, si no porque ella quería gustar. Era algo parecido a un tanteo de fuerzas, un " a ver hasta donde llego". La música seguía sonando, estallando contra las paredes que temblaban a cada beat . Era un sitio pequeño, oscuro y ruidoso. Pero aun así lograba concentrarse sólo en el pecho que ella movía desde sus hombros, y no en su cara que se perdía en una lluvia de luces multicolor que deslumbraban intermitentemente, y no permitían ver nada con claridad. Él se acerco. - Te invito a tomar un café - No -...
Insomnio devengado de los días que llegarán, que serán inmediatos a mi partida. Que serán los portales de mi viaje al otro lado del océano. Del viaje que no es viaje, si no emigración, porque lo dicen las autoridades, porque lo dice el visado, porque pone Residente Temporal en Chile. Porque me muero de miedo. Porque no sé qué voy a encontrar, pero como siempre tengo la dulce sensación narcótica de que allá encontraré a mi ideal de mujer etérea e ilustrada; como si no hubiese aprendido aun que es mentira. Miedo, también, porque no sé qué voy a hacer con mis días, si podré ayudar, si daré la talla, si no me vendré abajo. Se anda cancerando el alma de vacío, ya sin sentimientos, ni ganas de escribir, ni ganas de nada. Sólo un miedo, que ni siquiera es miedo, que es tensión y desconocimiento. Pero nada más. ¿Irá con los años?