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Te persigo entre mis sueños y mis pre-sueños; en esos momentos antes de que se me cierren los ojos y mi subconsciente se apodere de mi. Me rondas y me confundes, y me confundo yo mismo haciendo vanas ilusiones de infundadas esperanzas. Supongo que ya pasará, como la tormenta, pero esta llovizna que cala aunque no la notes me hunde. Quizás me arrebatas en momentos de debilidad, en los que te mezclas con idealizaciones y frustraciones pasadas. Inlcuso a veces pienso que sí, sí eres lo que busco, o quizás no... o quién sabe... No tengo más ganas de pensar en nada de eso, y olvidarme ya de sueños y de fantasmas, y volver a la tierra, y hacer un agujero para enterrar los pies y quedarme anclado al suelo. Cuando pase la tormenta ya sacaré los pies y me permitiré el volver a volar.

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Sería el crujido de los neumáticos, o quizá la noche, más que la noche la imposibilidad de que fuera cualquier otro momento del día excepto la noche. El abrupto deslizarse del automóvil por aquel camino sin asfaltar, atravesando el polvo en suspensión y moviéndonos a espaldas de las casas que tenían ventanas apagadas de gente durmiendo. Esa gente que se dormía a las once para trabajar al día siguiente, esa gente que encontraba su realización en la jornada de ocho horas y una familia que apagaba su vida al encender la tele. Nos sentíamos guardianes de sus sueños, Morpheos, viviendo lo que ellos sólo anhelaban inconscientemente porque habían dejado de anhelar al tiempo que aprendieron a callar. Colándonos por las rendijas de sus contraventanas para desnudar su lívido, para crispar su aceptación muda de la realidad. Nosotros que mirábamos esas ventanas mientras nos comíamos a besos y nos desnudábamos del todo, anhelando el siguiente beso y el siguiente gemido. Nosotros que eramos los rey...
Aquel lugar olía como un camión abandonado, o al menos eso era lo primero que se le venía a la cabeza al pensar en ese olor a húmedad, a cerrado, humo de tabaco, a sudor y a alguna otra cosa imposible de descubrir. Aunque le repgunaba el lugar no podía dejar de sentir esa suave atracción por ella cada vez que se agachaba y dejaba entrever lo que ocultaba su blusa. Lo había hecho ya varias veces, y cada vez, le daba más la sensación que lo hacía a propósito. Y no porque él le gustara, si no porque ella quería gustar. Era algo parecido a un tanteo de fuerzas, un " a ver hasta donde llego". La música seguía sonando, estallando contra las paredes que temblaban a cada beat . Era un sitio pequeño, oscuro y ruidoso. Pero aun así lograba concentrarse sólo en el pecho que ella movía desde sus hombros, y no en su cara que se perdía en una lluvia de luces multicolor que deslumbraban intermitentemente, y no permitían ver nada con claridad. Él se acerco. - Te invito a tomar un café - No -...
Se sentó en el banco de piedra. Cerró los ojos para mantener en su mente la imagen de los árboles y el césped de un verde intenso. Paró todos los pensamientos que podía parar, y se centró en su respiración, en las inspiraciones y en las expiraciones. El aire entraba por la nariz, pasaba por el pecho y tocaba el estómago, hacía el camino inverso y salía por la boca.  Siguió así hasta que noto que el exceso de oxígeno le daba esa extraña sensación de salir de sí mismo. Podía verse desde fuera, y su yo observador no era más que un halo sin forma que podía ver. Se sentó a su propio lado. Concentración. Cuando dejó de escuchar su propia respiración pudo escuchar la suave brisa que remecía las hojas. Más, más intenso. Se olvidó del viento y de las hojas, y de su respiración. Más allá, le empezaban a pitar los oídos de la intensidad con la que se concentraba en ellos.  Lo consiguió, escuchó la hierba crecer, en su infinitamente pequeño movimiento. El crujido de la hierba auto-creándose para a...