Ya cae la noche sobre la ciudad
Me gustó eso de escribir historias como las de Londres, hoy escuchando un disco de Duke Ellington mi cabeza ha vuelto a volar, aquà tenéis el resultado.
Abro la puerta del pequeño estudio que tengo situado en la 23 con Lexington, no llegarán a 70 metros cuadrados pero es intimo. PodrÃa decirse que la decoración es minimalista, pero es mentira, el hecho que haya un sofá enfrente de un pequeño televisor y una mesa con una silla enfrente de la ventana no tiene nada que ver con el estilismo, sino con la falta de presupuesto.
Un recurrente ritmo de jazz no cesa de sonar en mi cabeza, puedo distinguir con gran precisión hasta el leve sonido del plato tintineando; un bajo que acaricia el aire, el aire que cruza un saxo con sus notas de orgullosa soledad.
La noche neoyorquina hace ya un rato que ha entrado, iluminando toda la ciudad con el frÃo, a la vez que sugerente, color del neón. Pienso que los años 20 debieron ser una gran época en la que vivir en Nueva York: trajes de chaqueta, sombreros, jazz, vedettes, cabarets, ... Asà que me acerco a mi mesa y me pongo a escribir lo que se me pasa por la cabeza.
"SÃ, me hubiese encantado cruzar broadway con mi traje de chaqueta negro, mi camisa negra y una corbata blanca, un sombrero que deje bajo la sombra mis ojos curiosos y unos zapatos que golpean el suelo al ritmo del mejor Duke Ellington. Bajar de un coche de la época ( por supuesto todo negro), y entrar en ese club de moda, en el que una desgarbada trompeta hacia las delicias de los presentes. Sentarme en la mesa que hay en el fondo de la sala y deleitarme con el sonido,... y con la camarera, que con gesto de provocadora inocencia me ofrece el mayor surtido de licores que jamás haya oÃdo. Ciertamente no me gustan, pero pido uno solo por volver a verla al traerlo y aprovechar para invitarle a tomar algo otro dÃa. Invitación que, como era previsible, rechazará. Asà que me quedo mirando la destreza del bajista, el vaso de whisky me acompañara, inmóvil, toda la noche, hasta que me vaya a casa ya satisfecho de mis necesidades musicales."
Vuelvo a mi mesa, no son los años 20. Por mi ventana veo pasar los coches que en cualquier otra ciudad del mundo podrÃan estropear el paisaje. Pero no en Nueva York, las luces de los coches que viajan calle arriba acompañan con dulzura el fulgor de neón que cubre la ciudad. Parece que los coches lleven también el ritmo jazz-ero que sigue resonando en mi cabeza.
Pero no, no... vuelvo aquÃ, estoy en mi mesa, en Valencia, en el 2003, ni Nueva York ni años 20,... creo que me equivoqué de época al nacer.
Me gustó eso de escribir historias como las de Londres, hoy escuchando un disco de Duke Ellington mi cabeza ha vuelto a volar, aquà tenéis el resultado.
Abro la puerta del pequeño estudio que tengo situado en la 23 con Lexington, no llegarán a 70 metros cuadrados pero es intimo. PodrÃa decirse que la decoración es minimalista, pero es mentira, el hecho que haya un sofá enfrente de un pequeño televisor y una mesa con una silla enfrente de la ventana no tiene nada que ver con el estilismo, sino con la falta de presupuesto.
Un recurrente ritmo de jazz no cesa de sonar en mi cabeza, puedo distinguir con gran precisión hasta el leve sonido del plato tintineando; un bajo que acaricia el aire, el aire que cruza un saxo con sus notas de orgullosa soledad.
La noche neoyorquina hace ya un rato que ha entrado, iluminando toda la ciudad con el frÃo, a la vez que sugerente, color del neón. Pienso que los años 20 debieron ser una gran época en la que vivir en Nueva York: trajes de chaqueta, sombreros, jazz, vedettes, cabarets, ... Asà que me acerco a mi mesa y me pongo a escribir lo que se me pasa por la cabeza.
"SÃ, me hubiese encantado cruzar broadway con mi traje de chaqueta negro, mi camisa negra y una corbata blanca, un sombrero que deje bajo la sombra mis ojos curiosos y unos zapatos que golpean el suelo al ritmo del mejor Duke Ellington. Bajar de un coche de la época ( por supuesto todo negro), y entrar en ese club de moda, en el que una desgarbada trompeta hacia las delicias de los presentes. Sentarme en la mesa que hay en el fondo de la sala y deleitarme con el sonido,... y con la camarera, que con gesto de provocadora inocencia me ofrece el mayor surtido de licores que jamás haya oÃdo. Ciertamente no me gustan, pero pido uno solo por volver a verla al traerlo y aprovechar para invitarle a tomar algo otro dÃa. Invitación que, como era previsible, rechazará. Asà que me quedo mirando la destreza del bajista, el vaso de whisky me acompañara, inmóvil, toda la noche, hasta que me vaya a casa ya satisfecho de mis necesidades musicales."
Vuelvo a mi mesa, no son los años 20. Por mi ventana veo pasar los coches que en cualquier otra ciudad del mundo podrÃan estropear el paisaje. Pero no en Nueva York, las luces de los coches que viajan calle arriba acompañan con dulzura el fulgor de neón que cubre la ciudad. Parece que los coches lleven también el ritmo jazz-ero que sigue resonando en mi cabeza.
Pero no, no... vuelvo aquÃ, estoy en mi mesa, en Valencia, en el 2003, ni Nueva York ni años 20,... creo que me equivoqué de época al nacer.
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